‘Passengers’: violación cósmica

A veces es jodido que el trailer no te cuente la película, porque luego te llevas sustos morrocotudos. Como el que me llevé yo con ‘Passengers’. Yo iba dispuesto a ver una cosa edulcorada y cuqui, con Chris Pratt y Jennifer Lawrence en plan ‘Titanic’ a la inversa (primero chocan con el iceberg y luego se enamoran) y resulta que no. Que, bueno, que también, pero que la peli tiene alguna sorpresa, siendo la mayor de ellas una trama basada en un evento chungo. Chunguérrimo.

Por ello, pretendo enmendar la debilidad del trailer y explicar mejor de lo que va ‘Passengers’. Me preocupa menos que os comáis los spoilers que os llevéis un susto en la sala de cine.

Quiero pensar que aquí lo que ha habido es un problema de guión o un montaje accidentado. Un conflicto de intereses en encontrar un punto de equilibrio entre la ciencia ficción para friquis y el romanticismo para las masas. En general, la película me parece muy torpe profundizando en los puntos clave, incluso cuando pretende explicártelo del modo más obvio que se les ocurre.

Por un lado tenemos el conflicto del personaje de Chris Pratt. El tipo de planteamiento propio de un cuento de ciencia-ficción con tintes de terror. La versión ‘Star Trek’ de ‘El resplandor’, un poco. El problema, creo, es que la peli pasa de puntillas por esta situación. Con apenas un par de postizos capilares y unas escenas meramente estéticas pretenden que empaticemos a tope con el personaje y estemos dispuestos a comprar que llegue a los extremos que llega. Y no.

La solución al conflicto que encuentra el protagonista me parece incluso lícita si esa es justo la historia que pretenden contar. Lo que me sorprende es que, a estas alturas, no anticipen que optar por ese giro de los acontecimientos nos mete en el terreno de la violencia de género y la cultura de la violación. Me parece un error plantearla como una historia de amor entrañable y ligerita, donde además hacen trampas desviando el conflicto real hacia peligros del espacio exterior.

Una vez metidos hasta la cintura en el barro, nos encontramos con la evolución del personaje de Jennifer Lawrence. Aquí también creo que han errado el tiro. Hay un atisbo de aportar un argumento más o menos profundo, cuestionando si los planes de vida que nos montamos en nuestra cabeza merecen realmente nuestra devoción. Pero el modo de introducirlo es tan obvio y chapucero que pierde toda la fuerza. Gana, así, la idea de que lo mejor que te puede pasar es quedarte atrapada a solas con un chulazo como Chris Pratt por toda la eternidad. Tan guapo, tan apuesto, tan héroe. Una basura.

Por lo menos, la parte bonita lo es mucho. Chris Pratt y Jennifer Lawrence revientan cualquier medidor de adorabilidad y guapura y todo lo que los rodea es igual de radiante. Pero justo cuando llegan al cenit de su hermosura surge de nuevo la duda: ¿pretenden que la irresistible belleza de Pratt jugando a baloncesto en camiseta de tirantes sea por sí misma lo que necesitemos para olvidar?

Yo hubiera necesitado ver a un Chris Pratt más desquiciado al principio. Ver de verdad que despertar a Jennifer Lawrence era incluso preferible a su propia muerte. No justificarla en plan deus ex machina a toro pasado. Y hubiera querido verla a ella tomando alguna decisión. Por pequeñita que fuera. En un sentido u otro. Algo.

 


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