Drácula en Netflix

‘Drácula’: leer detenidamente las instrucciones de uso

Vaya por delante que

[Bueno, vaya por delante que te puedes comer algún spoiler mayúsculo de la serie]

mi problema con ‘Drácula’ es personal e intransferible. Es la historia de una decepción. De no enterarse de qué va la cosa hasta que es demasiado tarde. De pecar de inocente. La culpa es solo mía, lo asumo, pero el resultado es el mismo: odio ‘Drácula’. Deberíais saberlo.

Primer elemento para tener en cuenta: soy alguien que mantiene (o algo) un blog llamado ‘Abadía de Carfax’. Cualquier #dracula me dispara las hormonas y hace que me relama en anticipación. No atino a procesar información de modo racional en ese estado.

Segundo elemento para considerar: justamente información es lo que sobra en este mundo. No me da la vida para procesar la mitad de los datos que necesitaría para no meter la pata menos a menudo. Entiendo perfectamente que Beyoncé solo siga 10 cuentas en Twitter.

Por tanto, cuando vi la primera foto de Claes Bang como el conde entré en frenesí, compré la serie de manera automática y puse mi ansia en modo reposo hasta que, pum, estrenaron la serie hace unos días. ¿Qué podía salir mal? La BBC, con todo su lujo y oropel, preparando una versión de ‘Drácula’ que apelaba a la imagen de los clásicos de la Hammer. Cualquier dato que recabara durante la espera solo me haría sufrir de impotencia, hacerme pis de los nervios y remover eso tan vulgar que los tuiteros llaman “hype”. Qué necesidad.

Claes Bang como el conde Drácula

En todo esto había un dato fundamental: que las manos gestionando el presupuesto de la BBC eran las de Mark Gatiss y Steven Moffat. En mi calentón por el sexy vampiro, pasé de puntillas por el hecho de que estos dos fueran responsables de la versión contemporanizada de ‘Sherlock’, serie que me parece meh tirando a bien y en la que no tengo ni la milésima parte de cariño hacia el material original del que tengo por ‘Drácula’.

[Ahora viene el spoiler gordo, yo aviso]

“Contemporanizada”. En esta palabra que me acabo de inventar, según el corrector de Word, está la clave. No vi venir ni por asomo que Gatiss y Moffat fueran a hacerlo de nuevo. Que su objetivo último era repetir la fórmula de colocar en el mundo actual un personaje literario clásico. Por eso viví en completa indignación el primer capítulo de ‘Drácula’, me dejé llevar por el segundo hasta que se me torció el culo al final y seguí así durante todo el tercero. Bien por el factor sorpresa (que os acabo de joder si no hacéis caso de los corchetes), fatal por la pureza de mi corazón draculesco.

Indignado por ‘Drácula’

Supongo que el orígen de Drácula les parecía demasiado poderoso como para obviarlo en una transición a la época moderna y arrancar ya con el conde en el siglo XXI. O a lo mejor es que, directamente, no habría excusa para usar la propiedad intelectual ‘Drácula’ si se cargaban a todos los personajes principales de la novela.

El caso es que, de haber podido anticipar el percal, yo me hubiera cabreado menos con los giros que dan al principio. Me refiero, casi exclusivamente, a la personalidad del conde, que digo yo que habrán querido darle un rollo moderno para que tenga continuidad en ambas épocas. Pero es que la interacción que tiene con Jonathan Harker me provoca sarpullidos, con líneas de diálogo tremebundas entre los dos. Cada réplica pensada para hacer reír al espectador es un estacazo en mi alma. “Somos lo que comemos”, dice el tío. Es que menudo cuadro.

Aunque, ¿ves? La historia esta que se montan con que el vampiro absorbe la esencia de sus víctimas a través de la sangre podría comprarla. Este giro sí resulta interesante, así como el que le han dado a Van Helsing. La primera que sale, por lo menos. Por otro lado, como digo, el segundo capítulo y el rollo ‘Diez negritos’ que se gasta me pareció simpático. Se conoce que tampoco le tengo mucho apego a la Christie…

Otra adaptación al montón

Es curioso, esto de ser tan fan de ‘Drácula’, en cuanto a adaptaciones de la novela se refiere. Las películas de la Hammer que han construido el ideario colectivo sobre los monstruos ahora nos resultan adorables, aunque tienen tela marinera. Mucho más tarde, Coppola tuvo la petulancia de llamar a su película ‘Bram Stoker’s Dracula’, pasándose por el forro de sus santos cojonazos la naturaleza misma del personaje. No seré yo el que se ponga puntilloso con la fidelidad en la adaptación. Que existe ‘Brácula: Condemor II’, por la gloria de mi madre.

Pero en todos estos ejemplos yo veía dos cosas básicas: autoría e intención. Sí, incluso en el caso de Chiquito. Adaptar una obra ajena va, según creo, de esto. De dar tu visión. Alinearlo con tu concepto del mundo para la historia de otro se cuente con su voz. Siguiendo con los ejemplos, Coppola hizo bueno a Drácula (bueno, digamos bienintencionado) porque era lo que pedía la historia que quería contar, junto con un vestuario con personalidad propia, una banda sonora poderosa, una fotografía muy concreta… y, sí, hasta la cursilada esa de “he cruzado oceános de tiempo para encontrarte”.

En el ‘Drácula’ de Gatiss y Moffat yo no encuentro ni la autoría ni la intención, más allá de su ripio personal del vampiro clásico en el mundo moderno. Incluso, a mis ojos, se lanzan en plan kamikaze a reproducir secuencias enteras de otros y salen perdiendo de manera bochornosa. El acojone del Harker de Keanu Reeves era orgánico, era precioso y era sexual, como toda historia de vampiros debería ser. Lo que vi el otro día en el Netflix me pareció triste.


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