Coeur de Pirate: Solo Tour, Barcelona, 13 de noviembre de 2016

Puede que el mundo se esté yendo a la mierda, pero mientras haya una personita capaz de sentarse ante un piano, mostrarse tal cual es y emocionar a la audiencia yo creo que no estaremos jodidos del todo.

El concierto de Cœur de Pirate de anoche resultó ser muy vigorizante, a pesar de estar impregnado de principio a fin de la melancolía de los discos de esta artista canadiense. Pero es que es imposible no amarla y, de paso, sacar alguna lección de vida, viéndola actuar. Béatrice Martin salió a tocar en lo que ella misma explicó que era un pijama, sola en un escenario en el que la sala Bikini tuvo a bien ponerle nada más que un piano hecho con cuatro cachos de contrachapado y una cortina de brilli brilli. Pero toda esta pobreza no hacía más que resaltar la adorabilidad de esta chica.

Cœur de Pirate visitaba por primera vez España. Llegaba sin ningún acompañamiento, en este ‘Solo Tour’ que suena, a la vez, a deseo personal y recorte presupuestario. Según contó, para permitirse tocar en Madrid y Barcelona en este plan modesto tuvo que firmar conciertos en Francia «de los que sí dan mucho dinero» (sic) porque, de otro modo, no la habrían dejado explorar ciudades desconocidas. Daban ganas de abrazarla cada vez que pedía perdón por si el siguiente arreglo al piano resultaba ser una decepción para el público o cuando flipaba porque los asistentes se supieran la letra de sus canciones en francés. Me resultó enternecedor que jugara la carta de la ironía para evitar el desastre: cuando decía que se iba a saltar la parte rapeada de ‘I Don’t Want to Break Your Heart’ o cuando pedía sin cortarse, tras haber creado el clima de confianza y buen rollo ideal, que el público hiciera palmas o cantara con ella. Llegó a explicar cómo iba a funcionar el tema de los bises: «yo ahora canto esta última, salgo, me escondo ahí atrás un ratito y si vosotros queréis, bueno, eso… pues salgo otra vez. Si queréis, ¿eh?» Y el ratito de espera fue mínimo, no fuera caso que el público se fuera a arrepentir.

Era emocionante ver a una artista con talento y poder de convocatoria más que contrastados mostrar esta inseguridad, sobre todo cuando era evidente que el público estaba entregadísimo y en sintonía. Este debe ser el concierto en el que más abrazos y achuchones he visto entre los asistentes. No tengo ni idea de cómo será un concierto «normal» de Cœur de Pirate, pero esta versión íntima resultó maravillosa. Impecable ella a la voz y al piano, impecable el sonido de la sala, impecable el público. Desnudar las canciones hasta dejarlas en la esencia de piano y voz acentuaba su carga emocional. No era un concierto para bailar, sino para ponerse tiernito. Incluso cuando se arrancó por un cover del ‘Sorry’ de Justin Bieber, la canción aparecía con toda su carga de desaliento.

Ciertamente, no está siendo una época para el optimismo. En los incontrolables discursos de Béatrice al presentar canciones (los nervios ya se sabe) aparecieron el resultado de las elecciones en Estados Unidos y otros miedos. Hubo homenaje a la reciente muerte de Leonard Cohen (una versión de ‘Hallelujah’ que ella misma reconoció como obvia pero inevitable) y también un recuerdo en el primer aniversario de los atentados en París.

Pero, con todo, salimos de la sala Bikini encantados, en paz con el mundo. De repente se me hacían indispensables este tipo de personas que luchan por seguir haciendo lo que más les gusta hacer. Las que son modestas y agradecidas y se muestran vulnerables. Las que echan de menos salir hasta las tantas pero que no lo cambiarían por ver ‘La Patrulla Canina’ por las mañanas con sus hijos.


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