‘Buscando a Dory’: llegué 13 años tarde

Pues no, no he visto ‘Buscando a Nemo’. Me he pasado trece años oyendo bromas sobre la amnesia y la Dory de marras y, a lo mejor precisamente por esta insistencia, no he tenido nunca el impulso de ponerme a verla. Lo que me parecía evidente que Pixar rescataría a personaje tan carismático (*toses*) para estirar la broma algo más. Por qué la han estrenado en salas y no directamente en vídeo es un misterio que no soy capaz de comprender, aunque supongo que forma parte de la misma fórmula secreta que dicta que la secuela llegue trece años después de la primera. Sabemos que la nostalgia vende, pero es que esto es absurdo.

Las secuelas son un mal innecesario y una peste que tenemos que aguantar, en la mayoría de casos, por motivos más económicos que creativos. Creo que solo me resultan más molestos los reboots, aunque estos los compensan con polémicas de patio de colegio la mar de entretenidas (hola, nuevas Cazafantasmas) o con la sádica satisfacción de ver fracasar una y otra vez la misma franquicia (¿qué tal, 4 Fantásticos). En el caso que nos ocupa, ‘Buscando a Dory’ se sostiene principalmente por el vínculo emocional con ‘Buscando a Nemo’. O sea: técnicamente es impecable, y un timing cómico fantástico pero para niños de alma vacío como yo nos viene a dar un poco igual. No dudo de la grandeza de la primera, pero ésta me ha parecido hecha con el piloto automático. No lleva a los personajes a ningún sitio e, intuyo, que las diferencias de argumento vienen más por la localización de la acción que por el esquema narrativo.

Aun así, la grandeza de Pixar se hace evidente e impide que los no avisados nos quedemos mirando a la pantalla como las vacas ven pasar el tren. La película es técnicamente prodigiosa y tiene un sentido de la comedia fantástico. Mejor cuanto más se aleja de Dory, porque lo que era un recurso cómico en la primera película (intuyo) aquí se convierte en una constante. De hecho, la razón misma de que exista esta película.

Me he reído a carcajadas con ‘Buscando a Dory’ y me he quidado flipando de lo que consiguen hoy en día animando agua o plasmando la luz. Solo por eso, vale la pena haber visto esta película. También porque, creo, me ahorro ver la primera y saldo así mi cuenta con el Universo. Además, que la he visto doblada por Anabel Alonso y se supone que eso puntúa doble en esto del karma, ¿no?

Hablando de karma: me he ganado el cielo al verla en sesión de tarde dominical. Me fascinan estos padres que llevan a sus hijos al cine, cuando son tan pequeños que no son capaces de entender dónde están. Me ha dado mucha pena el niño que, en el tramo final de la peli, insistía en preguntar «¿Cuándo nos vamos?». Que antes las pelis de animación duraban poquito, pero ahora ya pasan generosamente de la hora y media. Y me pregunto qué habrá pensado esa madre que se ha gastado unos 50 euros en el cine esta tarde para que su hija le pregunte, agarradita de la mano bajando las escaleras, si la película se había acabado ya.

Estos hijos, el día que pierdan de vista a sus padres… ¿volverán a buscarlos? Pregunto.


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