Al final… ¿de qué iba ‘True Blood’?

Cuando Alan Ball anunció que su siguiente proyecto sería ‘True Blood’ hubo una perturbación en la fuerza gafapasta. El guionista de ‘American Beauty’ y, ojo cuidao, creador de ‘Six Feet Under’ se ponía a adaptar para HBO una saga de novelas de esas que se leen con un dildo bien gordo a mano. Literatura aspiracional a tope, pensada para dar una vía de escape ligerita a amas de casa hartas de cocinar pollo frito a los desagradecidos de sus maridos.

Millones de mentes se pusieron a trabajar en plan colmena para reparar la grieta en el tejido de su realidad. El razonamiento colectivo venía a ser que Alan Ball, homosexual sin complejos, quería hablar desde su posición de influencia como creador refinado para ofrecer una metáfora sobre la lucha de la comunidad LGBT en el mundo actual. Lo que me hace pensar que somos carne de violación cósmica porque el poder combinado de nuestras mentes da justito para concluir la obviedad de que los vampiros sirven para contar parábolas sobre homosexuales. El día que vengan de verdad los insectores no tenemos ninguna posibilidad.

También es verdad que en esto tengo una perspectiva completamente sesgada, fruto de años inmersión queertural. Una rolliza matrona sureña, en cambio, no está para sutilezas en el discurso: lo que hacen los vampiros es chuparle la sangre a las mujeres. Rubias en camisón que luego se desinflan en sus camas con dosel. Si acaso, algo muy dentro de la señora de Alabama reconoce eso como una violación pero si Oprah no lo confirma tampoco es plan de aventurar teorías locas. Aunque más triste es lo de las hijas de estas señoras, palomillas desubicadas que suspiran románticamente por los huesos de vampiros que brillan bajo la luz del sol. Eso es estar confundida y lo demás, tonterías.

En cualquier caso, la primera temporada de ‘True Blood’ funcionaba como uno quería que funcionase. Sostenida sobre lugares tan comunes como ambiguos, su grandeza era justamente reunir frente a la tele a un variopinto grupo de espectadores. Desde el intelectualoide que sostenía que el final de ‘Six Feet Under’ es el mejor final jamás escrito para una serie hasta aquellos pertrechados ante la pantalla con su bote de lubricante.

En lo referente al colectivo gay no creo que hubiera especiales concesiones en esas primeras temporadas. La serie resulta sorprendentemente fiel a las novelas, que a su vez no ofrecen ninguna vuelta de tuerca a los estereotipos vampíricos. Lo más significativo, precisamente por ser una digresión respecto a los libros, es el hecho de que el personaje de Lafayette sobreviviera para exponer su homosexualidad extravagante ante el público mainstream, hecho que no sabremos nunca con certeza si fue una decisión de discurso autoral o fruto del carisma que Nelsan Ellis le dio al personaje. Aunque, ahora que lo pienso, viendo cómo evolucionó el síndrome de Diógenes al crear y conservar personajes inútiles en la serie creo que ninguna de las dos opciones es la correcta.

Lafayette

De hecho uno de los principales aciertos de ‘True Blood’ es la elección de los actores. Lo cual tiene especial mérito en un género como el dildo-housewive, pues estás lidiando con un público ultraexigente incapaz de ceder un pelo en sus expectativas. Decenas de descartes para interpretar al Grey de los cojones dan fe de ello. Así que me inclino ante Alexander Skarsgård (uy) por aceptar el reto y salir airoso. Y Anna Paquin es una Sookie maravillosa, completada con una impecable caracterización de paleta que luego, como todo, se fue perdiendo.

Porque todas las series, menos ‘Breaking Bad’, se van desinflando con el tiempo. Ya ni siquiera es una cuestión creativa, sino que hay mil factores empresariales involucrados. El simple hecho de no saber si te quedan 2 ó 20 capítulos para contar lo que tienes que contar tiene un impacto fundamental en el resultado final. Lo de ‘True Blood’, desde mi punto de vista, fue puro descontrol. Abrazaron el destete y la locura con tanta pasión que se perdieron en algún punto que no logro identificar. Pero para cuando acabó la cuarta temporada para mí la cosa había degenerado hasta el placer culpable. El hecho de que no supieran muy bien qué hacer con el personaje de Alcide, más que despelotar a Joe Manganiello a la que tenían ocasión, creo que encarna, y nunca mejor dicho, la deriva de la serie. En ese sentido la quinta temporada fue la decepción más grande. A pesar de que el ama de casa de Virginia que hay en mí se refociló con la incorporación de Chris Meloni, el argumento escaló a una conspiración internacional y espaciotemporal que no le hizo ningún bien a la mitología propia de la serie. Si ni siquiera eran capaces de sostener una coherencia en la narración, mucho menos estaba el horno para metáforas potentes de ningún tipo.

Para cuando Alan Ball dejó la serie quedaban pocos espectadores a los que las bolsas de plástico bailando al viento les dijeran algo. Pero, curiosamente, fue el momento en que ‘True Blood’ desarrolló de forma más explícita las analogías con los homosexuales. El tramo final fue descarado, con vampiros ‘Hep V positives’ y bodas al margen de la ley con alegato pro matrimonio igualitario incluido. Ya no había nadie para escuchar, sólo las fans más radicales de los abdominales de Eric y algún sufrido sensiblero incapaz de dejar de ver la serie y/o soltar el lubricante, pero da igual. Total, llegaron tan justitos y con los personajes tan destrozados que no importaba nada. De hecho ni siquiera sacaban culos ni tetas, de pura desidia.

Este es el giro que no comprendo. Cómo decidieron darle la espalda al fan service en el momento de terminar la serie. Y ya te puedes imaginar que vienen los spoilers.

A mí me la suda Sookie. En palabras de la literalmente inmortal Pam:

fucksookie
«Que la den»

Aun así, entiendo que su vida amorosa es la que importa. Que el común de espectadores lo que busca es resolver el triángulo amoroso que se planteó en un principio y que evolucionó para incorporar hombres lobo buenórrimos y olvidables vampihadas. Es más, el modo expeditivo y grosero en que desbrozaron la vida amorosa de Sookie parecía apuntar a la vuelta a lo básico: ¿Bill o Eric?

Pero no. No sé por qué, pero no. El final de ‘True Blood’ podría haber sido uno de esos episodios de cierre de manual: “la escena final de Sookie y Eric”, “la escena final de Lafayette”, “la escena final de Jason”, “la escena final de Arlene”… y así vayan y repitan conmigo hasta la escena final del final, en la que Sookie le da su sobada flor al chorbo definitivo para que se la riegue hasta el final de los tiempos. Pero no. De hecho algunas de las “últimas escenas” que apunto ni siquiera existen, lo cual es inexplicable.

Tenemos, sí, una con Jessica y Hoyt, recuperado in extremis como mínimo guiño a los fans. También sirve para meter con calzador el alegato más explícito a favor del matrimonio igualitario. Una vez cubierto el expediente del rollito LGTB, pues ya se ponen con Sookie y sus locuras. Bueno, más bien las de Bill. Y con Eric no se ponen porque, mira, da igual. Total, toda la última temporada cuenta como un spin off de Eric y Pam, que van a su puta bola. Claro que a lo mejor precisamente esto es la metáfora más conseguida sobre el mundo homosexual que haya conseguido ‘True Blood’…

En fin, el tema es que lo de Bill y Sookie es lo más anticlímax que recuerdo en años. A él siempre le han dado una pátina de torturado por su condición, en plan hombre casado que va de saunas, así que no sorprende su decisión final sino el modo de razonarla y ejecutarla. Y cuanto más intentaban razonarla y más la ponían en escena, más patético era todo. Lo de ella… bueno, tiene tela que después de siete temporadas y un montón de aventurillas, la tía termine recreándose en su palurdez. Que muy a favor de que no quiera renunciar a lo que la hace especial, pero lo que resulta el colmo es que tras tanta experiencia resuelva avanzar a paso firme por el camino de preñarse hasta las orejas y ponerse a cocinar para una multitud de gorrones en Acción de Gracias. El rollo de Sookie es un poco que ella no tiene en nada en contra de los vampiros, de hecho tiene muchos amigos vampiros, pero si le tiene que pegar un estacazo al amor de su vida no pasa nada. Una ducha y a trotar, que siempre hay un barbudo normal y súper estándar para un descosido.

A estas alturas debo admitir que sólo quedan los recuerdos entrañables. El halo de locura que tenía la serie. No volvería a sentarme a perder el tiempo ante la mayor parte de sus episodios por nada del mundo, pero tampoco me arrepiento de haber aguantado hasta el final. Incluso tengo ganas de retomar los libros, donde Alcide es un osito adorable y el morbo lo pone un hombre tigre de cabeza rapada que ningún guionista de televisión ha podido mancillar. Las ventajas de la lectura.


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