‘Operación Triunfo’ me fascina de un modo profundo y absoluto. Es un microcosmos perfecto para analizar quiénes somos cada uno como individuo y cómo nos comportamos como sociedad. Es un ente con vida propia que nació, tuvo su propia historia, murió… y sigue perdurando. Podemos banalizar todo lo que queramos y reducirlo hasta el absurdo, pero creo que es estúpido ignorar las grandes verdades que contiene este fenómeno.
Durante las últimas tres semanas hemos asistido a un ejercicio de nostalgia masivo. Ni siquiera el concierto de anoche era una cuestión musical, por más que haya críticos hoy analizando el espectáculo desde su perspectiva, con extra de ensañamiento. No entiendo esta superioridad moral, cuando son incapaces de articular una crítica profesional de un evento alrededor de un análisis cultural. Se supone que están en posición de dar contexto y no detenerse en el vestido de Geno.
Hace 15 años se hacía este mismo tipo de discurso pasivo-agresivo alrededor de los 16 concursantes de ‘Operación Triunfo’. Que si no eran artistas de verdad, que si su éxito iba a ser efímero… Pues bien, ahora estos concursantes han vuelto y se han prestado a dar testimonio de su viaje de ida y vuelta. Me sorprende que justo aquellos que escribían su historia antes incluso de que ocurriera no sean los más interesados en sentarse, callarse y escuchar lo que tengan que contar. Aunque sólo sea para comprobar que tenían razón. Para mí hay grandes aciertos en todo este reencuentro. Uno de ellos, haber dado tiempo a todos y cada uno de los 16 concursantes para sus reflexiones. Algunos pasajes son oro puro y demuestran una madurez y capacidad de procesar la realidad que me parecen ejemplos insuperables.
Además, como decía, nos devuelven el reflejo de lo que somos como sociedad. ¿Qué es el éxito? ¿El que nosotros queríamos que tuvieran? ¿Y para qué? Todos, incluso los ajenos, coincidimos en que David Bisbal es el gran triunfador de la edición pero también el gran villano del reencuentro. ¿Necesitamos saber que Mireia es una fracasada pero, al mismo tiempo, odiamos a Bisbal porque ningunea a sus compañeros? ¿De dónde salen estas ganas de que nos parezca todo mal… en tanto que lo hagan los demás?
En ese sentido, el asunto de la cobra se erige en la metáfora más descarnada y definitiva. Da igual si hubo o no hubo cobra. Pero la hubo. Queremos que la haya. La mayoría de nosotros tiene bloqueados a nuestros ex y montamos un teatrillo del fin del mundo si nos los volvemos a cruzar. Pero queremos que Chenoa y Bisbal no sólo canten juntos sino que vuelvan. Que se besen. Nos da igual que hayan pasado 15 años y ambos hayan madurado, ella muy por delante de él. Seguimos pensando que ese tío cateto sigue siendo lo mejor que le ha pasado a esa mujer. Nos pasamos el día reforzando el feminismo tweet a tweet a lo Barbijaputa, pero luego no tenemos piedad con la mujer que pende de la mano de un imbécil, descompuesta por una emoción que a lo mejor no tiene que ver con el amor por un hombre.
Anoche esa mujer de apariencia dura y segura de sí misma que es Chenoa se emocionó varias veces. Casi todas las que salió al escenario. Y lo hizo no por Bisbal, sino por el público, el mogollón y medio de público que llenaba en el Sant Jordi y coreaba su nombre. «España es chenoísta», le gritaban. Quizás por los motivos equivocados (también había pancartas de «David, vuelve con Chenoa»). Pero yo creo que sería incapaz de sobrevivir estoicamente ante tal despliegue de efusividad que, por cierto, no sé si se apreciaría en la retransmisión televisiva.
Que, esta es otra. Otra Gran Verdad que se desprende de lo vivido estos días. No queda más remedio que opinar de las cosas porque las vemos en la tele. Pero, ay, eso significa hablar en base a lo que otra gente procesa y nos pone delante, aunque sea con la mejor de las intenciones.
Quien viera el concierto ayer desde su casa se encontraría, efectivamente, con una puesta en escena pobre, unas coreografías más que básicas, un vestuario deplorable y un sonido infame. Lo que viene siendo una puta mierda de concierto. Pero a pie de pista lo que importaba era la catarsis colectiva, cantar hasta con Juan Camus porque hasta los perdedores de la edición fueron parte de nuestra historia y, en definitiva, pasarlo bien. Jamás he estado antes en un concierto donde, canción tras canción, apenas oyera a los del escenario por estar rodeado de público entregado cantando a pleno pulmón. No es que fuéramos a ver cantar a ‘los triunfitos’. Fuimos a cantar con ellos.
Insisto: lo de ayer no iba sobre música. La cuestión era dónde estabas tú hace 15 años y qué has hecho en todo este tiempo. Y, visto lo visto, reflexionar sobre qué tipo de persona quieres ser el tiempo que te queda. Hater de los cojones.
Deja una respuesta