Un chaval desaparece en la Indiana profunda y su madre se vuelve mochales, en plan que se pone a hablarle a las lámparas. Los amigos del niño se lanzan al rescate con esa audacia inocente de la preadolescencia y, en el camino, encuentran a una chica medio lapona, medio esquimal, medio mongola que tiene la clave para averiguar dónde ha ido a parar el pobre muchacho perdido. Porque la cosa tiene truco, claro. A grandes rasgos, esto es lo que ofrece ‘Stranger Things’: ocho capítulos de misterio y sucesos paranormales para el niño y la niña.
Lo primero que hay que debo decir es que es fantástico que solo haya ocho episodios. Estirar más el tema habría sido un error. Y es que creo que uno de los puntos fuertes de la serie es el ritmo y el modo de entretejer las tramas. Por ejemplo, si al principio me fue imposible no poner los ojos en blanco con la pánfila de la hermana adolescente, no es menos cierto que toda esa tontería de hormonas y Clearasil termina siendo fundamental. El capítulo final es una maravilla en la que las historias convergen y se reparte estopa a tres bandas y donde cada personaje encuentra su lugar. Me descubro ante los creadores del invento, unos mozos que firman como The Duffer Brothers, que es como muy de teloneros de Blake Shelton y Miranda Lambert.
Me da un poco de respeto que se esté hablando en serio de hacer una segunda temporada porque, como ya digo, el experimento les ha salido redondo en la primera. En ocho episodios consiguen un buen puñado de momentos de tensión muy efectivos, con escenas icónicas como la movida que se llevan con las luces de Navidad, y todo culmina en un chim-pon en plan epílogo que te deja con el culo torcido y ganas de sí pero no. Pero no. O sea, no. Por mi parte que lo dejen todo como está. No hace falta ni que le crezca el pelo a Once.
Qué bonita es Once. Y qué bien lo hace Millie Bobby Brown. Me pregunto qué pensará Penélope Cruz al ver que una niña de esta edad la supera como actriz con sólo enarcar una ceja. Bueno, supongo que Pe no deberá molestarse ni en pensar sobre Millie. Que ya tiene un porrón de Oscars y Goyas y ya pa’qué.
Lo de Winona es otro rollo. Va más pasada de vueltas y a veces da un poco de risilla. Pero es que interpreta a la madre del niño desaparecido y, si lo piensas fríamente, si acabas tomando como ciertas según qué tipo de teorías es que muy cuerda y muy normal no estás. De sufrir en plan para dentro, pues no.
Para mí lo peor es la parte de Matthew Modine. Porque, ya que lo sacaban, podrían haberle dado un poco mas de chicha al personaje. Pero hace de tipo del Gobierno, así en plan misterio, y en el misterio se quedan. Puestos a ponerle peros, quizás el mayor de ‘Stranger Things’ es que pasa deliberadamente por encima de ciertos puntos que agradecerían un pelín más de cariño.
Pero, vaya, que nada que objetar. Para mí esta es la serie del verano. Del 2016. El año que viene, Dios proveerá.
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