‘Julieta’ es un drama. Un dramón que te cagas. La protagonista es profesora de Literatura Clásica y explica a sus aplicados estudiantes de los ochenta cosas profundas sobre Calipso y la juventud eterna, pero su propia vida es una tragedia griega nunca vista, que diría Homero. Tiene Julieta un gafe encima que no puede con él y por eso pasa por la vida en plan lánguido y desconectado. Que yo no sé cómo puede alquilarse los pisazos en los que vive, la cabrona, porque cuando no se pasa semanas visitando a su madre catatónica se tira en el sofá a destilar su pena. Es tan pava, Julieta, que cuando parece que por fin rehace su vida, de repente se cruza con David Delfín y Bimba Bosé y vuelve a hundirse en la miseria. Aunque esta vez es para que nosotros, como espectadores, nos enteremos de su vida y, como suele pasar en estos casos, para por fin encontrar el cierre a tanto drama. Con más drama. Pero por lo menos ya no es suyo. Porque la ojeriza de los dioses se transmite por vía materna, aparentemente.
Hay muchos modos de explicar semejante material. Hay uno muy orgánico, con mujeres desgarradas, rotas de dolor, replegándose sólo para tomar impulso y contraatacar hechas una hidra. Que está muy bien y ha dado películas y libros sensacionales, este estilo. Pero también hay una manera contenida, que necesita de la empatía del espectador para rellenar huecos. Una cosa más intelectual, si se quiere llamar así, menos epatante pero que hurga un poco más en la conciencia de quien mira.
Este último es el escogido por Almodóvar en ‘Julieta’. No hay ninguna estridencia en la película. Si acaso una Rossy de Palma transmutada en una Chus Lampreave, pero en plan ultra light. Por lo demás, las escenas se van sucediendo en pantalla con la misma languidez con la que pasa Julieta por la vida. Las actrices que encarnan a Julieta son Emma Suárez y Adriana Ugarte. No Marisa Paredes. No sé si me explico.
A partir de ahí, sobre gustos, colores. El tono sosegado de la película puede resultar aburrido y, de hecho, la película tarda un buen rato en encarrilar la trama de un modo evidente. A pesar de eso, yo creo que hay suficiente saber hacer como para evitar el tedio: desde las interpretaciones a la dirección de arte, sin dejarse ninguna migaja que va soltando el guión. Desconozco los relatos en los que está basada la película, pero me parece que este Almodóvar está más cercano a un Murakami que a otro Almodóvar. Cuando se encienden las luces, de forma abrupta, sí, pero habiendo contado todo lo que había que contar, uno se da cuenta de que hay varias capas en la aparente sencillez de lo que hemos visto.
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