Hubo una época en que ser adolescente era ya suficiente drama. Que tu máxima preocupación era elegir entre Luke o Ryan o perder la virginidad con tu profesora. Ni siquiera los problemas con las drogas eran mayor inconveniente porque, total, tu madre tambén lo había sido. Solo los muy losers sufrían de verdad ante la amenaza de no graduarse con el resto de sus compañeros (¡GRADUAD A DONNA MARTIN!).
Ahora ya no. Los adolescentes de hoy en día viven existencias ultraputeadas. A sus tonterías de años hormonales se les añaden dificultades sobrenaturales, a veces de forma literal. La cosa va a modas. Hubo una racha de dramas vampíricos, por ejemplo, y no me refiero a los que perecieron bajo el tacón de las botas de Buffy (aunque Joss Whedon ahí estuvo la mar de visionario). Últimamente se llevan más las distopías. Ya no puedes petarte los granos ante el espejo en este mundo, que tienes que hacerlo en alguna cruel variación futurista. Si es bajo un inminente peligro de muerte y después de haber matado a alguno de tus amienemigos, mejor.
2007 fue un año clave: estalló una crisis económica global que aún nos tiene a todos deprimidos y, a otro nivel de jodienda, a alguien se le ocurrió adaptar al cine una novelucha que corría por ahí llamada ‘Crepúsculo’. Pero en CW vivían ajenos al marrón que se avecinaba y quemaban cycles de ‘America’s Next Top Model’ como si no hubiera un mañana. Lo de dramas con pretensiones de trascendencia les pillaba lejos, así que estrenaron una cosa muy ligerita y banal llamada ‘Gossip Girl’ o, como dieron en llamarla en una traducción internacional, la Reina Cotilla. ¡Enorme!
‘Gossip Girl’ pretendía dar una vuelta de tuerca a los dramas de instituto acercándolos a ‘Sexo en Nueva York’. Esto lo digo yo, como todo lo de este blog, y me quedo tan ancho. Pero, ya para empezar, formalmente es innegable que ambas series estructuraban los episodios alrededor de una voz en off femenina que escribía sobre los sucesos que ocurrían en la trama. Además, el escenario común era un Nueva York aspiracional a tope. Y, como dato más residual, las dos ficciones estaban basadas en novelas que nunca nos hemos preocupado de leer. ‘Gossip Girl’ partía como el refugio de los huérfanos de Carrie Bradshaw, finada tres años antes, y los de Kristen Bell, traumáticamente desahuciada de ‘Veronica Mars’ ese mismo año.
Imaginad si se vinieron arriba con ‘Gossip Girl’, que la CW decidió resucitar la mismísima ‘Sensación de vivir’ con una secuela a la que llamaron ‘90210’ por aquello del minimalismo y el diseño. La euforia dio hasta para un ‘Melrose Place’ 2009 Edition, aunque ya era demasiado tarde. Para aquél entonces ya todo estaba infectado de vampirismo. Estos fueron también los años en los que ‘Vampire Diaries’ vio la luz (artificial, se entiende) y ahí sigue, spin-off incluido (‘The Originals’).
Pero pensemos en cosas bonitas y centrémonos en ‘Gossip Girl’ y sus problemas del Primer Mundo.
‘Gossip Girl’ era, como buen culebrón, una serie que no tenía ninguna lógica. Ni interna ni externa. Es más, la única regla que hay en el género es que no hay reglas. Una serie es mejor cuanto más se sumerja en la locura y olvide los complejos. Y ‘Gossip Girl’ era experta en olvidar.
Repasemos algunos puntos por los que la serie era tan maravillosa:
1) La Reina Cotilla
La premisa de la serie era que una desconocida bloguera aireaba en tiempo real todos los cotilleos de los niños guapos de Nueva York, con especial saña en los de la casquivana Serena van der Woodsen, de los van der Woodsen de toda la vida. Conforme avanzaba la serie, el interés por desenmascarar a Gossip Girl iba creciendo y ocupando tramas, de modo que mientras los protas eran niñatos de instituto les daba como más igual, pero bastó con que se hicieran mayores y manejaran empresas millonarias para que, de repente, les entrara la urgencia de jugar a los detectives. Incluso hubo uno que pretendió derrocar el blog de mierda de la Cotilla para construir un imperio editorial en su lugar. Vamos, como yo con este blog.
Lo más grande llegó al final, cuando por fin se desvelaba quién estaba detrás de Gossip Girl. Resolvieron la cuestión de forma atroz. No solo había cientos de situaciones escenificadas a lo largo de la serie que contradecían la explicación oficial sino que, de propina, consiguieron cargarse la magia del estilo narrativo. La voz en off de Kristen Bell, sus reflexiones y juegos de palabras y el «xoxo, Gossip Girl» marca de la casa quedaban fuera de lugar, por más que pretendieran hacer un guiño a los espectadores haciendo aparecer a la actriz en pantalla en el último episodio.
De todos modos, recordemos: «atroz» en este caso está bien. Tomarse a chufla el tema de la Reina Cotilla fue la última grandeza de ‘Gossip Girl’.
2) Los personajes
Al principio de la serie todo parecía indicar que la estrella absoluta sería Serena. Serena van der Woodsen, o sea por favor. No le pones a un personaje Serena van der Woodsen para que sea un secundario. Pues, mira, al final resultó que la protagonista era su amiga, la fea. Blair Waldorf. Que, como nombre, tampoco está mal. Pero no es van der Woodsen, por el amor de Dios.
Este baile de protagonismos fue posible gracias al ojo educado de los guionistas. Cuando había personajes que no cuajaban e, incluso, despertaban el odio de las masas, desaparecían de forma más o menos elaborada (hola Jenny Humphrey, hola Vanessa). En cambio, hubo personajes episódicos que fueron robando escenas y ganándose reapariciones estelares gracias, en gran medida, al talento de las actrices (hola Dorota, qué tal Georgina). Saber gestionar esto fue uno de los grandes logros de la serie.
Y no es que Blake Lively, interpretando a Serena van der Woodsen (no me cansaré de escribirlo entero) lo hiciera mal. Al revés, creo que fue la única actriz que entendió que estaba interpretando a una chica de 17 años. Era imposible no enamorarse de ella cuando hacía esos mohínes y sonreía como una chica, por más que insistieran en hacer que los personajes juveniles actuaran como adultos. Estamos hablando de chavales de 17 años que se sirven whisky del mueble bar y degustan la copa con intensidad de magnate del petróleo. ¿Dónde quedaron las incursiones en la licorería con el carné de identidad falso?
La cuestión es que el personaje de Serena van de Woodsen era demasiado intenso y muy serio para lo que acabó siendo ‘Gossip Girl’. Blair daba más juego, era más parodiable. Porque otra cosa que molaba eran…
3) Las tramas inverosímiles
Obviamente, ‘Gossip Girl’ era la historia de amor de Serena van der Woodsen y Dan (solo Dan). También la de Blair y Chuck. De rebote y de relleno, la de otros que pasaban por ahí. Pero, cuando acabaron con las combinaciones amatorias de personajes, fueron tirando de tramas más o menos serias. Ninguna de ellas, por supuesto, llegó a importar nunca.
La que más me ha fascinado siempre es la de los estudios universitarios de estos chicos. Durante un montón de episodios el campo de batalla de sus traiciones mutuas era el acceso a alguna universidad de la Ivy League. Este tema suele ser siempre el problema de las series de instituto porque, claro, tienen que dejar de serlo a la fuerza y los apaños argumentales suelen flojear. En ‘Gossip Girl’ llegó un momento en el que, simplemente, dejaron de hablar de la universidad. Todos ellos. Nadie estudiaba. El campus y los profesores desaparecieron como el rocío de la mañana. O como el hijo secreto de dos personajes que, después de muchas tribulaciones, se reencuentra con sus padres biológicos para que estos, muy emocionados, lo monten en un autobús de regreso a casa en plan «vuelve cuando quieras».
Pero para trama inverosímil, (SPOILER, BITCH!) la delirante historia de (HE DICHO QUE SPOILER) cómo Blair Waldorf llegó a princesa de Mónaco. ¡Princesa de Mónaco, tía! No solo es el hecho de que inventaron un Grimaldi ad hoc y todas las idas y venidas que esto dio de sí. Es que, desarrollando esta trama, los guionistas abrazaron completamente la locura y llevaron a sus personajes al límite de la parodia. ¿Que esta niña Waldorf se cree una princesita neoyorkina? ¡Pues toma Principado!
El descoque argumental necesitaba que los personajes sostuvieran una cosa y la contraria de un episodio para otro. No exagero cuando digo que a veces, si parpadeabas durante un capítulo, de repente no entendías por qué Fulanita y Menganita se habían hecho amigas otra vez después de odiarse con la intensidad de dos concursantes de ‘Gran Hermano’.
4) La autoconsciencia
Todas estas locuras se perdonaban no solo porque es lo que se esperaba del género, sino porque ‘Gossip Girl’ siempre tuvo ese aire autoconsciente tan divertido y, a la vez, cómplice. Era maravilloso ver cómo los personajes, a veces, hacían comentarios irónicos que introducían el sentir del público (mención honorífica a los chistes sobre la evolución del pelo de Dan). También eran muy disfrutables todas las referencias al universo propio que fueron apareciendo a lo largo de la serie (¡meta!). Mis preferidas eran las relacionadas con la iconografía de los años de instituto: los escalones del Met, las diademas… y, en ese sentido, mis personajes preferidos de todos los tiempos fueron las dos niñatas lectoras de Gossip Girl que se atrevían a increpar a los protagonistas por la calle.
Pero todo esto se perdió, como lágrimas en la lluvia. Pocas series adolescentes de hoy se pueden permitir introducir estos elementos en la gravedad de sus tramas. Si acaso, las series de superhéroes que (sobre)pueblan CW dan este tipo de juego, aunque sea un factor más bien heredado de los cómics en los que se basan. Que, por otro lado, son de DC y tampoco es que se propongan copiar el sistema Whedon de crear universos cinemáticos (Whedon, otra vez Whedon, siempre Whedon).
¿Vale la pena recuperar ‘Gossip Girl’ en 2016? Pues sí. Aunque sea como ejercicio de reivindicación. Que además está en Netflix, hombre.
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