Existe un nicho de series ‘ligeritas’, de las que ver mientras planchas o cuando no tienes un plan mejor. Suelen reunir dos características que se complementan: tramas simples y episodios autoconclusivos. Las series ‘ de asesinatos’ son ejemplos de manual, desde ‘Se ha escrito un crimen’ a cualquier franquicia de ‘CSI’. Puedes perderte unos cuantos episodios o verla desordenada, que el efecto global viene a ser el mismo.
‘Person of Interest’ empezó muy así pero durante sus, hasta ahora, cuatro temporadas ha ido desarrollando una mitología propia que la hace muy interesante (diría que es una ‘serie of interest’, pero no quiero forzar la máquina…). La grandeza es que no solo no se toma demasiado en serio a sí misma sino que ha hecho de su autoconciencia un elemento adictivo para el espectador.
La cuestión es que hay un tipo muy listo que crea una máquina con una inteligencia (artificial) aún más lista. La Máquina (que la llaman así, como en mayúscula) trabaja para el Gobierno de los Estados Unidos de América (y olé) identificando amenazas relevantes para la seguridad de la Nación (que la llaman así, como en mayúscula). Lo hace filtrando todos los datos disponibles en la red (vídeos de vigilancia, llamadas telefónicas, correos electrónicos…). ¿Qué pasa? Que como hoy en día todos tenemos nuestras miserias on line, La Máquina también es capaz de identificar movidas que para lo que viene siendo los Estados Unidos son irrelevantes pero no dejan de ser marrones que hacen de sufrir a las personitas de bien. Por eso, el creador de La Máquina, que se llama Finch, contrata a un tipo duro, que se llama Reese, para poder solucionar todos los pollos irrelevantes que van surgiendo. Por lo menos en Nueva York, que si no vives en la Gran Manzana eres irrelevante de verdad y te jodes lo más grande.
Así que la primera temporada va, básicamente, de esto. La Máquina arroja un número, por el cual se puede identificar a una persona. Finch investiga desde su sillita usando sus súper habilidades de hacker y Reese hace el trabajo de campo en plan máquina de matar. En sus andanzas pronto se alía con un detective de la Polícia de Nueva York (que es como una señora del Facebook, pero con placa), que a pesar de lo súper ilegal que es todo termina comprendiendo la bondad del plan de Finch y haciéndole de side kick para solucionar el caso diario.
Sobre el papel (y en pantalla) es todo un poco monótono. Si yo empecé y aguanté fue por el rollete Gran Hermano del tema y porque Michael Emerson, el Benjamin Linus de ‘Lost’, hace del empollón creador de La Máquina. Pero es de esas series que es fácil dejar colgadas por falta de nervio y personalidad.
Por fortuna, los creadores se dieron cuenta del tema y fueron arreglando cosetas. Por ejemplo, el personaje de Reese, a pesar de tener sus traumas de ex combatiente en Afganistán y tal, va justito de carisma. No ayuda que lo interprete un Jim Caviezel que se estudió el ‘método MAS para interpretar El Duque’. Pues, por suerte para nosotros, la serie se va haciendo cada vez más coral y permite que los secundarios roben planos y tramas a tutiplén. Además, lo hacen con gracia, construyendo un equipo que funciona a base de sus one liners y chascarrillos. Y qué personajes: una poli ultra chunga (interpretada por la diosa Taraji P. Henson, de ‘Empire’), una ex Marine ultra chunga y una chunga ultra chunga (que es Amy Acker, que si Joss Whedon la ama, tú también).
Por otro lado, temporada a temporada se van introduciendo tramas más largas, con villanos complejos y atractivos (uno de ellos, además, interpretado por Enrico Colantoni, el señor Mars en persona) y que explotan cada vez más y mejor las verdaderas implicaciones del tema que la serie tiene entre manos: la pérdida de libertades individuales en favor de una supuesta seguridad universal.
Me gusta cómo la serie va jugando con sus propios códigos, empezando por todo lo que hace referencia a la interfaz de La Máquina y cómo ayuda a narrar incluso en la transición entre escenas. También el modo en que desarrolla las relaciones entre personajes, de un modo a veces sutil, a veces muy petardo. Y, cómo no, los ritos de cada capítulo: el móvil clonado y el disparo salvador que aparece en el último momento, por no hablar de auténticos gags recurrentes como el del tiro en la rodilla.
Lo malo de recomendar ahora ‘Person of Interest’ es que cuatro temporadas de 22 episodios se hacen muy cuesta arriba, sobre todo para una serie menor. Si me dijeras, ‘The Good Wife’ te diría que adelante, que ya tardas, pero claro. De todos modos, sé que hay devoradores de serie por ahí fuera capaces de recoger el guante y terminar a tiempo para enganchar la quinta. Menudos sois…
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